A quien
seas, no deberías acercarte.
No es
seguro.
Si te me
aproximas demasiado
morderé las
comisuras de tu vida
y me
amarraré a tu alma
succionando,
lamprea
suave.
Si te me
arrimas lo suficiente,
echaré raíces a tu alrededor
y seré
prisión de madera
amándonos,
cerezo,
galán de noche.
Y te tomaré
en mi naturaleza
y tú a mí en
la tuya
embebidos de
promesa, de fe.
Pero cuando
te tengo, te embisto,
agarro tus
caderas como
si quisiera
hacerte reventar,
hacer saltar
la tierra sanguina
del núcleo
de tus entrañas,
empotrar mi
semilla en ti
hasta que
hierve el aceite
en el
interior de mis rodillas
y sudo el
ácido esfuerzo
de leña ardiendo en mis muslos.
Te aferro
hasta que no me siento,
hasta que me
vacío
y caigo
y caigo
y caigo.
El deseo de
esparcirme en ti
es miedo.
Porque en el
fondo sé
que todos se
van y ya nadie
podrá cuidar
del niño violento.
Tendré que seguir solo,
y por eso en
parte
te odio y
con mi deseo te destruyo.
Pero no sientas culpa, no es
porque seas tú; por eso,
a quien
seas, no deberías acercarte.
No es
seguro.