domingo, 27 de diciembre de 2009

Viaje a un viaje

Se vuelve de un viaje para llegar a otro.
Pregúntenle si no a la Luna.
Tan decidida como va, a dar otra vuelta.
Sin deshacerse en llantos o sonrisas o giros nuevos.

Activa ambigüedad blanquecina.

Me introduzco náufrago de
Mi propio malestar.
Y mi idea única es seguir
Buceando en estas aguas,
Arrecifes de un estado de ánimo
Crecidos como corales en racimos poco deseables.

Bajo una superficie de ir a más, de personas que crecen.
Sumergido en regresiones a la más irracional inmadurez.

Caen los títeres de los presentes que no son,
Y los miro desesperado,
Porque los hilos que controlan ese barco
Que naufraga marcha atrás
No están en mi poder.

Está claro que el timón fue abandonado a mí.

A mí, el enclenque entretenido
Con una hoja de otoño,
O un atardecer,
O un retozar feliz en la nada de nieve.

El tiempo divaga cautelosamente,
Invicto en coser mi impaciencia
Por hacerlo correr, insecto maldito.
Aunque el tiempo todo lo cure...

Que así sea.

Se vuelve de un viaje para llegar a otro.
Pregúntenle si no al Sol.
Él quizá no se mueva, pero
Iluminó a la Luna. Lo vio todo sobre viajes. Sobre los regresos.

Cómplice. Sabe tanto como yo ignoro.
Debería preguntarle...

jueves, 19 de noviembre de 2009

Reencuentro del despertar


Quizá sea sólo un leve contorno de penumbras,
Pero es.
Y cuando amanece está ahí todavía,
Esperando a no sé muy bien qué, qué santo o astro nuevo.

Quizá sólo me espera a mí, a que abra los ojos.
Pero eso es suficiente.
Supongo que está aguardando a mi vuelta
Del mundo paralelo en el que acomodo mi esterilla.

A veces me trae una hoja de otoño,
A veces es un recuerdo irisado,
A veces es vapor evanescente,
A veces ni siquiera es ilusión de mis legañas.
Pero suele dejarse caer. Quizá sea sólo por cortesía.

Y ya sé que no soy nadie, ni sé nada;
No sé del dinero, de su jugo pobre y su risa de fondo;
No sé de satélites, de giros, de juegos de palabras;
No sé de deportes, de exactitudes, de felices vacaciones;
No sé de familias o equipos, de mentiras,
De escaramuzas y refriegas entre gotas o entre armas o entre bufandas en el ropero.

Pero, quién lo diría, sigue ahí.
Y espera corta y arenosa la venida del alba
Para saludarme cuando despierto, armoniosa y serena.
Cuando nada existe y mi memoria torpe y espesa se aparta las sábanas.

Me espera esa nube de rocío que es mi vida,
La que colgué en el perchero ayer y me volveré a poner hoy
Para el resto del día.

Dän~

martes, 20 de octubre de 2009

Sueño real

Y vuelves y te vas en madejas
De tiempo ensombrecido,
En delirios adscritos a mis párpados.
Y abro los ojos como quien abre una persiana
Lleno de esperanza, de abrazos ínfimos que son yo
Inalienable, descuidado, desaliñado.
Como quien quiere iluminar tu mundo con un candil
De aceite rosado y sangre joven, buen vino
Al que tu paladar seco y callado se acostumbra en cada ocaso.

Con mi barca navego zarandeado,
Lustroso de vientos descosidos.
Con mi góndola de andar por casa, entre sueños,
Veo que te acercas por la espalda y me apuñalas de placer,
Me susurras azúcar en la cueva de mis oídos
Y bronceas mi espalda blanca y reseca con tu mirada y tus manos,
Creando magia nueva en el desierto vasto de mí.

En un beso añejo capto una brizna de sospecha.
Abro la persiana.
De golpe.

Y no hay nada. Nada excepto estrellas y tú.
Tú estás en otra parte, quién sabe si conmigo
En tu propia góndola.
Lejos de mí. De mis manos engarzadas y arrugadas,
Mis alas encogidas por el esfuerzo de mirar a lo lejos.
Nos separa la vasta llanura helada de las sábanas,
Llena de arbustos y raíces negras, de pliegues desabridos e indiscretos.

Y te conviertes en un ciclo de mi cabeza.
Cuando cierro la persiana te veo,
Proyectada en el interior de mis párpados,
Saliendo de la imagen como una sirena para volver a susurrar paraísos.
Y estiro del collar que me ata al sueño agobiante.
Pero soy perro de interior, la puerta está cerrada.
Mi ama no agradece, y yo enredo la lengua en mi dependencia de ella.

Y una vez y otra me siento y me levanto,
Sigo el ritmo de la noche y el sudor frío,
Viviendo una pesadilla cada vez que me despierto.
La bola de nieve sigue cayendo tras el telón, ciego.

Suenan los tambores, el niño-púber va a romper las semillas.
Las va a echar al río.
Quiere que crezcan nuevas felicidades, nuevos cariños. Un igual.

Ya no sé. Miro hacia abajo o hacia un siempre.
Y sé que soy, pero no sé si estoy del lado correcto.
Quizá no se esté asando bien mi carne
Y me quede crudo por un lado,
O demasiado hecho por otro.
Debería cuidar mis brasas.

Puedo ver mis inviernos de lana
Ahora, pero sé que luego no recordaré
Cuándo nevaba en mi alma.

Dan~.

martes, 6 de octubre de 2009

Nudos


Érase, porque así se quiso que fuera, y sin lugar a dudas, un niño. Un bebé. Un bebé al que su madre, como cualquier madre, amaba por encima de todo, sin motivo especial mas que ese vínculo incondicional por todos conocido. Su padre y ella jugaban con él, hacían muchas cosas juntos, y por supuesto, siempre le amaron.
Pronto, el niño comenzó a hablar. Y cómo hablaba. Hijo único y sin primos que le eclipsaran, pronto abarcó con su inocente sonrisilla la atención de todos los que le rodeaban. Sus padres no podían estar más orgullosos de él. Padres sabios, estudiosos y amantes de lo culto, grandes filósofos, veían en su hijo un cerebro admirable. Su hijo era inteligente, y ellos no escatimaron halagos para él. Era el regalo del cielo que nunca imaginaron.
Así, él iba creciendo, arropado y querido, el centro de su propio universo. Sin embargo, pronto cambiarían las tornas. Su padre, quien poseía un desvencijado y desordenado cerebro lleno de todo tipo de conocimientos, acudía todos los días a un lugar mágico que el niño desconocía, a ordenar su cabeza. Aquél sitio (que su madre llamaba "universidad") ocupaba la mayor parte del tiempo del hombre que el niño más admiraba. Y su madre... Su madre no estaba. Ella le cuidaba, le daba de comer, le acompañaba a la guardería, pero no estaba. En ciertas ocasiones, pese a sus denudados esfuerzos, se quedaba tirada en un sillón como muerta, y no era capaz de moverse ni sonreír. Vivía en un pozo que para el niño era inimaginable, una sombra de deseos mal hechos e ilusiones al contado, un dolor de una vida entera. Para el niño, esto era un pequeño horizonte de sucesos, una extraña afección que le robaba a su madre.
Y él, siendo el pequeño principito de día, era destronado de noche. Y en su cabeza, las ideas se entrecruzaban, y formaban nudos. Nudos que después serían difíciles de desenredar. Él pensó. Y sintió. En el fondo de su alma, llegó a la conclusión de que se le quería por lo que hacía, por ser inteligente. Y su seguridad fue apoyándose por completo en ello. Sin darse cuenta, el niño dejó de aceptar que le amaran. Él no se sentía digno de ser amado, y en algún rincón de su alma, no podía soportar fallar, pues eso suponía perder todo rastro de amor. Se convirtió en alguien que no falla. En un ser que compitió siempre que pudo, que no soportaba perder jamás, que nunca permitió que algo fuera imperfecto si él podía evitarlo. Era cariñoso, gracioso, bueno con todos y sobre todo, inteligente. Eso no podía faltar, tenía que ser inteligente. Pues para él, su madre en aquellos antiguos momentos, le olvidaba, dejaba de quererle. Si él no hacía nada, nadie le querría.
Tuvo mentores que lo guiaron por las sendas del conocimiento, y de qué manera. Tuvo compañeros que le odiaron, y compañeros que le siguieron. Sufrió golpes, pasó peligros, superó temores, alcanzó éxitos, hizo historia en su propia historia. Todo aquello fue reforzando las raíces de aquello con lo que ahora convivía, y cuanto más se esforzaba, más parecían quererle. O eso creía él.
Pronto, su coraza de patito feo se resquebrajó, y dejó paso al cisne que nunca imaginó ser. Encontró a compañeros con los que hablar, un lugar en el mundo exterior donde era aceptado sin ser juzgado. Encontró a quien amar, o a quienes. Cometió errores, y aprendió de ellos. Fue abriéndose paso de manera razonablemente feliz en su propia vida, y acabó donde había partido. De pronto, se encontró siendo el centro de atención. Parecía que la gente le quería. Pero algo en su interior se revolvía, daba patadas contra su cabeza, le arrancaba los párpados a marchas forzadas y movía su lengua para mantener el tipo. Poco a poco se iba hundiendo a si mismo, porque tanto esfuerzo para hacer que le quisieran, le estaba agotando. Cuando le abrazaban, sin poder evitarlo, sentía que en realidad no se lo merecía; cuando todos le rodeaban y le miraban, inconscientemente creía ver en sus pupilas una exigencia, que estaba obligado a dar la talla, a ser lo que debía ser para que todos le quisieran.
Y se fue alejando, quedándose solo, olvidado. Haciendo daño a aquellos que le apreciaban. Esperando en un rincón a que el niño inteligente levantara la cabeza y viera que no se esperaba de él nada, ni estaba obligado a darlo.

El peso de ser poco corriente reside en las expectativas que se colocan sobre él...

Lo siento
Dan~

lunes, 28 de septiembre de 2009

Lluvia



El tren discontinuo de la lluvia sigue su línea.
Vertical.
Miras al cielo, enfocando tu admiración.
Tu olfato, admirado por el espectáculo,
Sale a retozar sobre el perfume de tierra mojada.

No hay nadie en el río de la ciudad.
El agua se hace dueña del blanco espíritu,
De la actividad imparabe de la urbe, inexorable.
La calma sobreviene al frío que encoge de pura paz.
Y el gris del cielo cubre el iris de tu telón.

Baila el vals de agua y tinta indeleble,
Esperando en la acera a que la riada acelere tus pulsaciones
Lo suficiente como para empujarte a cruzarla.
A nadar en el aire.
Atravesando la distorsión donde se juntan cielo y tierra.

El mar del cielo hace el amor
Con la fuerza que lo atrae,
Lluvia, hija furiosa y pausada de dioses,
La perla gris que golpetea tu frente,
Obedeciendo sumisa a la terca gravedad.

Suave es el movimiento disperso de tu cuerpo.
Allí donde todo está unido por ti, lluvia,
Donde tu llanto pacífico teje cordeles de plata
Y estallan tus latidos en el lienzo azul.
Entre gritos, entre luces, o entre silencios.

El agua nos ama, nos ahoga, nos da de comer, nos arrastra.
Sientes la armonía con el repicar dulce,
Eres capaz. Apagas la sed ardiente de tu lengua nacarada.
Tu cara es el libro donde se lee tu alegría,
Ese fulgor inquieto que te da en el pecho cuando llueve.

Por verla.
Cómo cae.
Cómo todos se refugian.
Y la calle queda en privado
Para bañarse en lluvia y relucir como antaño.

Y nos nubla... La lluvia, en un borrón donde el aire es espeso, gris, tranquilo, arrullado por los truenos de su padre... El dulce otoño te abre las puertas a la nostalgia, al recuerdo...
Al ayer de una foto en blanco y negro. De un día triste, donde la lluvia intentó hacerte compañía, al lado del ramo, delante de la cruz, bajo el ataúd en el césped húmedo. Lluvia de aviso; pronto el rocío despertará tu piel y flotará funambulista entre tus pestañas para avisarte de que por fin viene el arco iris... Lluvia que te acuna, limpiando tus lágrimas, intentando en vano diluir tu tristeza en seda de agua argentada... Consolándote.

"No siempre llueve a gusto de todos..."

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Habitación del alma



No vamos a negárnoslo. A veces es difícil saber, saber seguir, saber dónde está el suelo, dónde poner el pie. Ser fuerte ante la nada incierta.
Lo que queda después de las cáscaras de las cáscaras de cada uno de nosotros, es una persona individual. Sola. Somos un conjunto de conjuntos de conjuntos. Un ordenado cúmulo de amaneceres y ocasos fríos, alejados del tiempo, de la rosa. En una burbuja donde las agujas de los relojes no nos rozan encontramos una vivienda placentera, en la que al fin y al cabo no cabe más que uno.
Cómo abrir puertas es un trabajo duro. Para cerrajeros de almas. Para domadores de soledades. Uno mismo pocas veces puede hacerlo solo. Siempre se consiguen desengrasar los goznes y desentumecer los picaportes con el calor y la saliva de la persona amada. Pero siempre es complejo ordenar y limpiar esa habitación, donde nosotros mismos hemos vivido solos durante tanto tiempo, acurrucados entre mantas de sueños y peluches de deseos. Las ilusiones andan, como canicas, desperdigadas en la penumbra del desamparo. Los libros y los papeles olvidados invaden las mesas amontonándose como pequeños torreones, donde se encuentran todos los recuerdos de nuestra vida, algo parecido a un disco duro sin desfragmentar. Un lugar para no encontrar, para no buscar, no vivir. Cuando la persona amada entra, tiende una mano. Nos ayuda a erguirnos en toda nuestra estatura, a desempolvar nuestros andrajos, nuestra vieja imagen mantenida siempre puertas afuera, nos trae todo el equipamiento y el acoplo de valor para comenzar a poner orden en el desván donde hemos vivido. Un nuevo piso compartido.
Así es como surgen las emociones más nobles, las relaciones más puras, uno de los pocos terrenos donde el ser humano se consiente darse el lujo de ser uno mismo, de estirarse en su dulce bondad, de dar todo aquello que siempre apreció, para por fin dejar de mirar por sí mismo. Poco a poco, cada uno de nosotros aprende a unir. A coser pequeños hilos de seda, caminos entre corazones que ya no saben latir sin pronunciar un nombre. Intercambiamos las llaves de nuestras habitaciones. Ya no importa nada, estamos invitados a pasar noches como vidas, vidas como noches. Podemos acudir cuando queramos.
Entonces surgen esos momentos de caramelo, esos instantes en los que nos quitan suavemente los harapos, y deslizamos nuestra vida hacia la persona amada para hacer desaparecer sus ropajes, un toque de tibia violencia, cualquier sabor parecido a la canela y la vainilla. El sonido pálido y murmurante del roce de los andrajos de nuestras falsas imágenes cayendo alrededor de los dos. Ese preciado segundo en el que cuerpo, mente y espíritu se hacen uno. Esa fracción de vida que esperábamos desde que nacimos, arrancados de la comodidad para despertar en la realidad que nos ha tocado por sorteo.
Pero el tiempo pasa, el polvo flota, el deber nos llama. El amor es una batalla contra el tiempo y el espacio. Se pueden vencer muchas batallas, pero la guerra parece una sentencia de pérdida, como aquélla que cualquiera mantiene con la muerte. Acallamos esa parte del cerebro que siempre tiene un alfiler a mano para pincharnos el trasero, de manera grosera, impertinente y desgraciadamente cierta. La lógica y la visión de la experiencia del resto, otrora una utilidad, suele ser una molestia. Tanto tiempo de soledad nos deja estigmas en lugares tan extraños y recovecos tan profundos que poco podemos hacer para llegar hasta ellos y curarlos. Los hilos son finos, la piel, sensible. Y el cerebro olvida fácilmente el valor de las cosas que posee, de la felicidad que tiene en el momento presente. Se acostumbra a la felicidad igual que se acostumbraría al dolor o al miedo.
Y el hilo se deshilacha, a fuerza de tirones, de latidos bruscos del corazón, de pequeñas arritmias provocadas por ligeros instantes de inseguridad. Por momentos en los que otro ente se apodera de nosotros para hacernos decir cosas que luego lamentaremos, o hacer cosas que la persona de la habitación sellada nunca pensó que podría hacer. Errores que nunca creyó que cometería. Hay un núcleo que se hunde como una piedra en un estanque, a medida que nos fusionamos con el otro. Y bucear para no dejarla hundirse del todo requiere alejarse de la persona amada, que espera al borde del estanque, contemplando las aguas sin saber por qué las ondas de su superficie le devuelven sólo su reflejo estupefacto.
Las cosas ocurren, desgraciadamente, así. Cuando el hilo se rompe perdemos el equilibrio. Somos inconscientes de que el hilo es una ilusión. Y nos alejamos. Devolvemos nuestras respectivas llaves, nuestras pertenencias, y cerramos bien fuerte la puerta, para poder estar tranquilos sin ser molestados mientras encerramos en baúles las libretas compartidas. baúles que no tienen espacio en una habitación tan pequeña. Que no saben pasar desapercibidos a nosotros.
Si sólo fueramos conscientes de que el enamoramiento es el hilo que se rompe, podríamos dejarnos caer en la tela que hemos tejido a espaldas del otro como regalo de aniversario. Y volver. Volver para amar. Para vivir sin soledad.
Empezar a amar de verdad es como empezar a comer con menos sal. Prescindimos de algo que nos parece indispensable para el disfrute, algo poderosamente atractivo, necesario, para nadar en la insipidez. Pero si nos damos tiempo suficiente para hacer unos largos, empezaremos a notar el sabor. Es así, la única manera de que nos acostumbremos a todos los matices, todos los sabores suaves y débiles que nos dan un placer diferente, que con paciencia aprenderíamos a degustar. A nadie le gusta el vino cuando es pequeño. Pero el sabor añejo es impagable. El sabor del amor real es un regusto amargo de desidealización, de aceptación de los errores y los defectos del otro, de sangre de dudas con las que tuvimos que acabar. Un sabor que hay que macerar.
¿Y quién no tiene miedo a no poder sobrevivir a ello? Pero ya hemos abierto la puerta. Ya no estamos solos. Vemos la luz del sol de mediodía y no el fino y amarillento haz que se cuela por los resquicios entre el zócalo y el marco. Todo por poder seguir viendo la luz, junto a ella, en el balcón del amplio futuro.
Méceme, le pido a la brisa que acaricia mi rostro, haciendo que olvide mis rezos y mis ruegos para que el futuro no depare una ráfaga de aire que me cierre la puerta.

"Quien pueda evitar el paso del tiempo, que lance la primera piedra"

Bienvenida de nuevo, sra. Inspiración...*

miércoles, 22 de julio de 2009

Felicidad


La felicidad es efímera como una hebra de brisa,
Como el rasgueo de una fina pluma sobre pergamino,
Como la delicada curvatura de una letra de perfecta caligrafía.

No respires tan fuerte ahora,
Controla la cadencia de las exhalaciones
Que me gustaría que a mí dedicaras,
Pues un suspiro tuyo podría borrar mi alegría
Ahora parte del viento, de la cálida brizna de amor amargo.
Parte de ti.

No hables, no hay palabras que no hagan mella,
Que no dejen estigma.
Mejor es el silencio
Para conservar el sentido de las cosas
Como sé que más tarde cambiarán.

Es la hora de seguir la luz y salir de la crisálida...

viernes, 17 de julio de 2009

Miedo


Y de un momento a otro estalla.
Es sólo una neblina dentro de ti,
Niebla negra que empaña un cielo felizmente azul.
Un cielo que debería reflejarse ahora
En las aguas de tu pensamiento,
En tu vida ahora preludio de sonrisa eterna.

Así estaba dicho en la previsión del tiempo…
Pero parece que no tenemos suficiente para prever.
No estamos preparados.

Y de un momento a otro estalla.
Es una tormenta que se avecina,
Arrastrando las hojas vaporosas, alas añejas.
Te está atando, y lo sabes.
Te deja los pies libres, tus manos siguen transparentes.
Pero el miedo te venda los ojos y se queda en tu alma.

En tus tintineos, en tus risas, no había sospecha.
Ahora paseo por tus rastros y te siento crujir bajo mi suela,
Los añicos de pequeñas tristezas saladas. Duras.

Y de un momento a otro estalla.
El silencio agobia. El frío pesa.
El viento se desliza hacia ti, porque sabe que eres presa fácil.
Al fin y al cabo, estás atada.
Yo espero fuera de la sala.
Los médicos que eligen cómo te sientes no me dejaron entrar.

Deberíamos ser felices. Tenemos miel y deseos para los dos.
Yo sigo esperando a que se disuelvan las cuerdas del miedo.
Y mientras me lleno de tu neblina.

Y de un momento a otro estalla.
Comprime tus entrañas como la presión del agua marina.
Tu cabeza busca la salida en una pecera.
Y yo te doy la mano para que salgas,
Pero tienes los ojos vendados, soy invisible ahora.
Grito que irme es lo último que haría.

Sigue siendo inútil darte mi pureza en un frasco.
Entiendo tu miedo.
Y de hecho, cargo con él a mis espaldas.

Y de un momento a otro estalla.
El silencio ensordece. Entre nosotros hay vacío.
Dejé ese espacio para que pudieras quedarte.
Quiero sentir tu amor, notar que vienes hacia mí.
Pero estás raptada por el miedo.
Vuelve aquí. Vuelve a vivir el otoño conmigo.

lunes, 13 de julio de 2009

Infancia

Es triste pero cierto.
Todos crecemos. No hay excepciones. Ni anclajes fáciles en el pasado. No hay problemas que puedan sortearse como vallas o piedras, no hay cristal que no corte si tocas su filo. Todos nos hacemos mayores.
¿Quién no ha deseado volver atrás? Ser un niño es el mayor de los regalos. Ser niño es como una de esas pequeñas muestras gratuitas de los productos de cosmética: una diminuta porción de felicidad para demostrarnos lo que la vida puede llegar a dar. Eso sí, como todo, para conseguir el producto al completo, la felicidad, hay que pagar. Y para ello hay que trabajar. En la vida llueven palos que no estamos esperando, el color rosa se destiñe en la lavadora, los cuentos de hadas se pierden en las estanterías, y allí se llenan de polvo. El tiempo es polvo, son agujas de relojes que agrietan y resecan nuestra ilusión, nuestra inocencia. Y sigue lloviendo fuera, podemos verlo desde el balcón del cuarto de juegos. Llueven palos que no estábamos esperando. Y nadie nos ha dicho nunca que no hay paraguas para eso.
Cada año que pasa, aprendemos más y sonreímos menos. Cada año que pasa, cala más hondamente en nuestras cabezas el concepto de lluvia. Hay que mojarse. Es ley de vida. Nuestra ilusión e inocencia andan resecas y agrietadas, débiles. Cualquier golpe en esa lluvia las destrozarán en mil pedazos.
Y se van.
Podemos ver perfectamente cómo esos pedacitos se hacen parte del polvo. Peter Pan nos esperaba en Nunca Jamás, pero hace tiempo que salió el último tren, hace años que nadie imprime un mapa de cómo llegar. Peter Pan anda congelado en una caja de cartón, huyendo de la lluvia. Pero hasta él en el fondo sabe que es como los demás. Que tendrá que afeitarse, que un buen día descubrirá que le gusta el café solo. En el fondo, en secreto, todos guardamos algo, en una pequeña bola de cristal. Como una cápsula del tiempo, allí guardamos todo lo que nos cabe de nuestra infancia para que no se pierda. Pero tantas y tantas veces perdemos la ilusión, que nos olvidamos de la bola.
Cuando la encontramos, es triste. Es transparente, frágil, sensible. Es dulce. Cuando la agitas, miríadas de recuerdos irisados flotan por su interior y vuelven a posarse tranquilos, como nieve. Podemos ver a los pequeños caballitos de cristal y el palacio de juguete, allí inmóviles, como si el silencio les hubiera hecho pararse a escuchar para siempre. Todos los recuerdos se posan en el fondo con un ruido sordo.
¿No lo sabéis?
Así es como un día miramos atrás y vemos que hace tiempo que empezamos a dejar de ser niños. Que hemos terminado creciendo como todos. Que al parecer las hadas ahora trabajan en oficinas, que los príncipes ahora invierten en bolsa, que los juglares aventureros se buscan la vida entre contratos basura y trabajos sucios. Y descubrimos que si no agitamos la bola, los recuerdos se emborronan, los caminos se difuminan. Porque poco a poco, todo ha cambiado sin que pudiéramos verlo.
Ahora no siempre los buenos ganan a los malos. Ahora, no siempre acude un salvador a ayudar a los heridos. Ahora, no siempre el héroe se casa con la chica. Ya nadie sabe cocinar perdices, nadie sabe cómo montar sobre dragones ni dónde encontrar pequeños unicornios. Ahora, el tiempo de ocio y felicidad no es infinito.
Ahora, los malos sobornan a los buenos. Ahora, los heridos mueren de hambre e infecciones, porque los salvadores están negociando con sus vidas. Ahora, el héroe ve cómo la chica se interesa por quienes aparentan y no tienen nada que ofrecerle, cómo le abandonan porque él tiene un caballo, pero ellos tienen moto. Ahora, sólo se comen hamburguesas y pizzas. No hay tiempo que perder.
Ya no lloramos, porque sabemos que nadie vendrá a consolarnos. No sirve de nada quejarse, debemos seguir hacia delante, pues al fin y al cabo estamos vivos y eso es lo que importa. Ser fuerte acaba convirtiéndose en una costumbre de la que uno no puede deshacerse fácilmente. La armadura que usamos para salir a la calle se oxida, y acabamos por no poder quitárnosla. Vivimos tristes dentro de nuestra pesada armadura, jugueteando con la bola de cristal con nieve dentro, esperando que alguien venga a ayudarnos con nuestra carga. Esperando a alguien que sepa quitarnos la armadura. Esperando. “Perdone, podría usted hacerme el favor de tirar un momento de aquí? Bien gracias, ahora, ¿podría mover eso y esto así? Bien, bien, ya casi está…” Pero nunca es tan fácil, nunca viene alguien a desengrasar los goznes de tu visera siquiera. Porque todos tenemos la visera echada. Porque, ¿cómo fiarse de alguien a quien no ves, envuelto en su propia armadura? Confiar se hace duro, es más fácil seguir solo aquí encerrado. Casi estamos acomodados. Casi.
Cuando nacemos, todos somos feos. Todos somos pequeños. Extraños. Llenos de sangre, amoratados, llorosos. Y no sabemos nada en absoluto. Nacemos como discos en blanco, esperando a ser escritos. Somos iguales. Hay que aceptarlo. Cuado crecemos, todos nos hacemos guapos a nuestra manera. Nos especializamos en cosas, aprendemos a hacer ciertas actividades mejor que los demás. Dedicamos nuestro tiempo a perfeccionar, a mejorar nuestra imagen, nuestra vida. Nos diferenciamos. Cuando somos mayores, la única posibilidad de conseguir vernos iguales, es darnos cuenta de que todos estamos en la misma situación. Encerrados. Guardamos una foto de nosotros mismos por cada año que pasa en nuestra bola. Recuerdos de feto, inocencia de bebé. Todo era suave y bueno antes. Y todos somos iguales en el interior. El hecho de ser todos diferentes, nos hace, al final, iguales.
Pero los Reyes Magos han dejado de venir, Papá Noel no tiene chimenea por la que entrar, el ratoncito Pérez ya no tiene trabajo, ni siquiera sabe empastar muelas. Los que lo hacen por él dan la vuelta a nuestros bolsillos y a la lógica. Todo aquél que puede te roba, te tima, te estafa. Te apuñala. Si sólo por un momento, pudiéramos alcanzar la bola de cristal de los demás y agitarla con delicadeza… ¿Quién no quisiera volver a disfrutar de aquél extinto regalo? Nos refugiamos en la emoción, en la inspiración de donde surgen estas palabras, para intentar que a los demás les llegue, en un pequeño remolino, una parte del movimiento que hay en nuestra bola. Empatía, lo llaman aquéllos que a todo le ponen nombre. Clasificar ayuda a ordenar. Y con orden, todo es más fácil de sobrellevar. Más impersonal. Más adulto. Siempre más.
Y así tiramos los juguetes. Nadie va a utilizarlos.
Así es como acabamos mirando a los niños, con una mezcla de nostalgia, rabia, alegría, tristeza, conmoción, envidia, vergüenza, ira, felicidad… Hay quien acaba por no soportar a los niños. Pero gente que se engaña a sí misma, la hay por todas partes.
Todo esto es triste, pero cierto.

Pero hay algo que todos deberíamos saber.
Hay algo que tiene una consistencia de fluida esperanza para todos.
Hay algo que pocos recuerdan, mientras hunden la cabeza en la rutina.
Nunca es tarde para ser un niño.
Otra vez.

lunes, 29 de junio de 2009

Para Afrodita

Lo sé.
Poso mi mano sobre tu piel, sobre ti, sobre el mundo que se me echa suavemente encima. Me inundas como si me cubrieran blandamente con una manta, envuelto en algodón. Dejo fluir los hilos de nuestras voluntades entre mis dedos y tus muslos, arremolinándonos en una respiración agitada que nos cubre y nos deja a nosotros dos el mundo. Bajo una manta.
Rozo con mis manos tu piel y tu alma, y subo y bajo, y vuelvo al lugar donde más placer pueda darte. Dicta así mi corazón encogido, como en un suspiro inacabado, conteniendo la respiración de sus latidos. Y subo reteniendo el deseo, como la bola de cristal con caballitos dentro. Y la nieve sube dentro de la bola, y vuelve a caer, mientras tintinean nuestros sentimientos, repicando unos contra otros, cascabeles de caballos en la bola de cristal con nieve dentro.
¡Chin chin! Brinda nuestro amor con un beso.
No me quites la fuente de tus labios, de la que bebo con infinita sed.
No me la quites.

jueves, 18 de junio de 2009

Promenade dans la tristesse

¿Por qué las lágrimas afloran a nuestros ojos?
La vida en este folio de infinitas dimensiones es el único fin de las vidriosas alas de nuestro pensamiento, que se empeña en volar en otra dirección. Junto al borrascoso llover del tormento triste que nos estalla por dentro. Por dentro se extiende el jugo de nuestra lágrima y nos mancha de dolor, del sentimiento muerto que ahora vaga en una zona cero.
Una masa de personas; muchas vidas, muchas alas. Cuántos cristales rotos, cuántas alas quebradas no importan, si el motivo es la caída contra el suelo. Muchas personas enlazadas en una red de conexiones de arena, donde blandamente se unen otras vidas de perfiles decaídos. Sentados entre mares de pintura descolorida, cada uno observa con sus lechosos ojos el eje del transparente y frágil universo que nos rige. Ciegos ante el todo, no hay comprensión posible.
Y nos dispersamos. Como gotas de tinta. Tinta inmersa en el translúcido eje de un navegar vacío. La inercia nos aleja, y así nos sumimos en nuestra somera tranquilidad. Un último acorde de esencia mágica, una pequeña exhalación de un mundo donde la tristeza está justificada, y adiós. Retorno a la realidad, rumbo hacia ti mismo de nuevo.
Nos saludarás desde la distancia, ¿verdad? Pero ahora que tus alas tienen plumas, nosotros quedamos abajo. Nos difundimos y nos diluimos en el fondo, compartimos los posos de tu alma y la nuestra. Todos formamos parte de los mismos posos en el vaso del atristo haz de líquida luz, de Creación.
Sí, sin duda es una emoción que delicada asoma en los lomos de mis alas y se acomoda, cosquillea y saborea mi sangre y mis purpúreos sueños, ahora rotos. Papeles olvidados, flotan frente a mí en un vuelo de manos invisibles.
¿Por qué afloran las lágrimas a nuestros ojos, pues?
Todos somos posos del mismo vaso, del que todos quieren fluir pero en el que nadie nada, porque estamos inmersos. Diluidos. En la tristeza, el dolor es cómodo. Al final llorar y reír se parecen mucho...


"¿Crees que estás solo? Eso sería creerte demasiado especial como para estar acompañado... Nadie está solo, porque estamos rodeados de nosotros mismos. Y aun así, me mata mi soledad..."

miércoles, 17 de junio de 2009

Música

Acójame, extraña esencia del sonido.

Esa petición mueve un mundo de terciopelo,
De color,
De seda,
De todo lo indescriptible en nuestra realidad.

Cada onda sonora que hace vibrar mi tímpano
Es una caricia directa a mi ser,
Que es acunado entre las manos efímeras de un escalofrío,
Transparente y cálido, frágil como hebras de brisa.

Como un regazo, una caricia en el cuello,
Como sentir el viento ondulado en el cabello,
Como las pequeñas y desgarbadas patas de un insecto en tu mano,
Como un beso y un abrazo.

Esa es mi música, la música, una y toda.
Tan versátil, volátil, cambiante
Como la vida misma.
¿O quizá la vida es música?

Que cada palabra quede inválida ante el placer de escuchar,
Que cada pincelada, cada número, quede obsoleto
Ante el roce de la piel de una melodía,
Ante la luz que atraviesa nuestra mente como si de cristal fuera.

Cada nota es un recuerdo, una emoción,
Un nuevo cromatismo en la paleta,
Cada frase es una imagen, información abstracta
Interpretable ad libitum.

La música es la única solución a la ecuación,
A la pregunta de cómo estar en todas partes y en ninguna.
Puede controlarnos, volvernos nerviosos,
Lúgubres, violentos, excitados, calmados, sensibles,
Puede hacernos recordar, llorar, sentir.

Y a su vez
Sólo es música.


Hoy es el aniversario del nacimiento de Stravinsky, inmortalizado en su arte, cuyo nombre no morirá en mucho y largo tiempo. Como alguien dijo: "Morimos dos veces: una cuando muere nuestro cuerpo, dos cuando muere nuestro recuerdo..."