miércoles, 3 de septiembre de 2014

Prisión lenta

A quien seas, no deberías acercarte.
No es seguro.

Si te me aproximas demasiado
morderé las comisuras de tu vida
y me amarraré a tu alma
succionando,
lamprea suave.

Si te me arrimas lo suficiente,
echaré raíces a tu alrededor
y seré prisión de madera
amándonos,
cerezo, galán de noche.

Y te tomaré en mi naturaleza
y tú a mí en la tuya
embebidos de promesa, de fe.

Pero cuando te tengo, te embisto,
agarro tus caderas como
si quisiera hacerte reventar,
hacer saltar la tierra sanguina
del núcleo de tus entrañas,
empotrar mi semilla en ti
hasta que hierve el aceite
en el interior de mis rodillas
y sudo el ácido esfuerzo
de leña ardiendo en mis muslos.

Te aferro hasta que no me siento,
hasta que me vacío
y caigo
y caigo
y caigo.

El deseo de esparcirme en ti
es miedo.
Porque en el fondo sé
que todos se van y ya nadie
podrá cuidar del niño violento.
Tendré que seguir solo,
y por eso en parte
te odio y con mi deseo te destruyo.

Pero no sientas culpa, no es porque seas tú; por eso,
a quien seas, no deberías acercarte.

No es seguro.


domingo, 4 de mayo de 2014

Mecedora

Hay días en los que te veo y sólo siento ganas de decirte ven, abrázame, escucha conmigo el universo moviéndose en silencio, dibujemos el alma con el hilo blanco del olvido, sólo ven conmigo y baila en mi hombro todas esas despedidas tristes sin apenas deslizarnos, cantemos juntos sin mover los labios. 

Mírame con esos ojos cargados de atardecer.

Eres lo contrario a la noche (II).




viernes, 25 de abril de 2014

Bañera

Apago las luces. Mi casa queda en la penumbra de un anochecer de abril mientras me tumbo en la bañera vacía. Sobre mí, un pequeño ventanuco deja caer una luz acerada que me acompaña en el pensamiento de ti. Al estar aquí tumbado y solo, reflexiono sobre la inesperada comodidad de las bañeras de una plaza; incluso aún me estoy planteando la posibilidad de pasar aquí la noche, puesto que no hay nadie conmigo que vaya a impedírmelo (tan sólo mi rabadilla quejumbrosa se muestra en contra). 
Creo que las bañeras monoplaza estándar de apartamento están diseñadas para esto. Para pensar. Para permanecer por un instante suspendido en el mundo que gira. Mientras suenas en mí como una música de fondo, sospecho que la estrechez del espacio de baño te impide sentirte abandonado: las paredes de loza tratan de abrazar tu espacio y no guardan sitio para nadie. Es como si la bañera y las cortinas me estuvieran haciendo compañía a la sombra de un patio trasero. 
Desde aquí, mientras tus ojos son mi jazz de tocadiscos, oigo el ruido de la calle. Del vecindario. Ahora que termina abril, el mundo se mueve con más agitación y energía, porque la luz ha vuelto como un Jesucristo estacional para arrastrarnos a la cariñosa primavera. En el campo de fútbol gritan más fuerte, en la carretera los coches circulan hasta más tarde, en el piso de arriba la madre anda con tacones, los hijos reclaman a otros hijos, las risas se dividen y se propagan, las disputas tienen más fuego, los niños lloran más alto, los gemidos de amor son más agónicos. Por eso noto, con este viraje al rojo, la primavera, y esto en parte apacigua mi soledad.
Aun así, siento el impulso de ver a alguien, a quien sea. Querría llamar a cualquiera y salir de mi casa, mas sé que nadie está disponible. Necesito alejarme de la única persona con la que puedo estar en cualquier momento, porque por algún motivo con ella me siento aún más solo en el mundo que aquí. Es en momentos como este en los que te me apareces con tus ojos de otoño inquisitivo, con ese aire tuyo de estar a un paso de ser una sonrisa, de estar a un paso de ser una caricia, de estar a un paso de significar algo. Ahora te veo bajando como una brisa suave y abrazándome desde arriba, cayendo sobre mí como una dulce niebla que me envuelve en tu ser ausente. Supongo que, como otras veces, mis fantasías y deseos no son sino un reflejo de una carencia que no conozco ni sé cómo evitar, pero eso no hace que te quiera menos en mis sueños y te desee menos en mis realidades. 
La verdad es que no sé qué me pasa contigo. Veo que a la persona a la que amo le pasa con otra persona algo parecido a lo que a mí me ocurre, pero no parece importarme porque estás tú ahí, haciendo rebosar mi mente de deseos e ilusiones absurdas que me distraen de lo que realmente está sucediendo. Mi pareja está enferma en silencio, algo hace que ambos busquemos fuera de ella sin darnos cuenta, y sin embargo eso me produce sólo una ligera tristeza, porque estás siempre tú. Tú que no eres ni serás nada de lo que planeo tener realmente en mi vida, tú que ni siquiera eres lo que creo que yo busco, y que sin embargo cada día recuerdo y deseo sin querer hacerlo. Creo que me aferro a ti para no enfrentarme a algo que desconozco, o para sentirme triste y compadecerme de mi estupidez y mi presunta mala suerte.
Pero ese razonamiento no evita de ninguna manera que siga pensando en mirarte a los ojos y besarte. Besarnos y que toda mi vida se desintegre en un instante de sinsentido para probablemente después arrepentirme. Sencillamente quiero amarte, amarte como a veces creo que no puedo hacer con nadie, sólo amarte con toda mi alma como si esa acción fuese lo más fácil y natural que existiera para nosotros en el mundo. Hacer que ese aire tuyo de estar a un paso de ser una sonrisa, de estar a un paso de ser una caricia, de estar a un paso de significar algo, deje de ser un temeroso gesto de una voluntad incompleta, al igual que la mía. Quisiera a través de ti hacerme sentir que amar es fácil para dejar de sufrir por no poder hacerlo.
Ya ha anochecido en el ventanuco. Alguien se ducha ahí arriba. Tengo frío, pero, como siempre, ni siquiera me había percatado de todo esto. Estaba ocupado viviendo en esa reflexión de mí que eres, en esa invención que he pintado con tu hermosa calidez y la sonrisa de tu rostro de niña. Como marioneta de mí mismo que eres quiero decirte algo: te amo. Y lo haré siempre, seas la persona que seas, porque aunque ahora eres ella, en el futuro serás otra, y sin embargo siempre serás yo mismo bajo la cara de un objeto inalcanzable.  

Eres lo contrario a la noche (I)

jueves, 27 de diciembre de 2012

Caen los muros

El metro. Gentío. Miles y miles de personas lejanas aisladas en sus burbujas de anonimato. Miro distraído a una joven lectora. Me mira. Retiro mi mirada: primera huida. Paseo mi vista por todos los que me rodean; descubro a un chico mirándome. Mira hacia otro lado: segunda huida. Poso mis ojos sobre unos iris color verde, que ella ha debido posar sobre mí casualmente al mismo tiempo. Corremos ambos a refugiarnos entre los párpados: tercera huida.

Quema el contacto. Todos estamos aislados en mundos completamente distintos, cada uno en su vida. Juntos en el metro, como desconocidos que son desconocidos y juegan a ser desconocidos. Todos tan personas, todos tan lejanos. Se besa una pareja en una esquina: ella, delgada, parece simpática, castaña, vivaz; él, fibroso, menudo, con rastas, relajado, algo andrajoso. Gira la rueda del mechero sobre la yesca, la chispa vuela sobre un abismo sin gas. Se siente el calor entre ellos, cómo se aman al mirarse. Tan comunes y tan sagrados en ese instante.

Y empiezo a verlo.

El abismo se llena de gas y la chispa cuaja, se expande en un beso al que siguen más. Besos que se contagian. Poco a poco, en la estación aparecen nuevas caricias entre labios ajenos, saltan más chispas, el entorno se prende en llamas. Una lesbiana cuarentona besa en el cuello a un feliz anciano con boina. Dos adolescentes se arrancan la camisa y sus cuerpos se envalentonan al verse. Uno a uno estallan en silencio. Una barrera se hace añicos en la mansedumbre del calor, sin florituras, sólo cayendo. Caen las barreras en añicos como las ropas fruncidas hacia el suelo. El aire arde y la tela sobra: marchan los abrigos como pájaros desconocidos hacia el andén, los vaqueros reptan bajo los bancos de mármol.

Al principio siento pudor. Me da vergüenza mirar los pechos de la guapa joven que queda más cerca de mí, me da vergüenza pensar que están todos desnudos, ¿qué demonios están haciendo? Estoy escandalizado, no me creo lo que estoy viendo. La joven se deleita en las ingles de una señora cuya impecable permanente vive una tragedia. La señora lame los tobillos de dos espigados negros que se besan. 

Una vez pasa la vergüenza, ésta es sustituida por el asco. No puedo evitar sentir repudio: el ambiente es sucio y nauseabundo. Mujeres deleitándose lamiendo pollas que brillan en el reflejo de sus ojos, hombres devorando añejas vaginas, improvisados grupos lésbicos masturbándose en un frenesí que tres panzudos pensionistas disfrutan observando. Adolescentes atravesando a mujeres que gimen desesperadas, hombres destrozando los culos de jóvenes y ancianos, embarazadas arrimando sus coños como quien se abalanza sobre la chimenea tras el frío. Oigo el sonido de las gargantas ahogadas, de la saliva entre las bocas, en los genitales, del semen corriendo por los esófagos, sobre las espaldas y los pechos.

Cuando no puedo soportar más semejante espectáculo, sus cuerpos comienzan a cambiar. Al principio no lo entiendo: se encogen. Pierden pelo, se alisan. Están volviendo a ser niños. Pronto cada uno de ellos es sólo un pequeño colegial, y juegan inocentemente a darse besos, a abrazarse. Al final, tan sólo queda de la masa de carne un grupo de diminutos bebés que no paran de reírse. Todos se miran y se ríen, se tocan la cara torpemente, se sorprenden. Lo veo en sus grandes ojos: tan iguales y felices.

Y de pronto caigo en que ya no siento asco; no siento vergüenza ni estupor. Ellos sólo se estaban amando, como iguales, como personas. Todos habían vuelto a ese lugar del que todos provenimos y en el que todos podemos reencontrarnos. Me percato de que soy el único que se ha quedado mirando, pensando, describiendo: lo que siento es envidia.

Toco mi rostro: estoy llorando.

Llega el metro. Cojo mis piernas, las dirijo a la puerta. La chica vuelve a mirarme; cuando la busco, se retrae entre otros. Ya se oyen los frufrús de los abrigos que corren para entrar al coche, la indiferencia sorda y tensa de las burbujas anónimas.
Vuelvo a mi casa. Solo.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Estrella niña

Cuando sonríes
tu cara se desdibuja
y se hunde en luz.
Se desintegra en belleza
como una bombilla
que se ciega a sí misma.

Te superpones desde dentro,
de tal forma que
tus rasgos difusos
forman una vidriera
incandescente de ti.

Con la mirada
atravesada en las pestañas,
el habla perdida
entre tus labios expandidos.

Eres de un sonreír dulce
y brillante, como
el sol de invierno.

Y no alcanzo a entender
cómo produces esa luz.

Quizá seas una estrella niña que aún late.

jueves, 9 de agosto de 2012

Derramarme

Me hablas. Me hablas de cosas interesantes, de nuestra pasión, de anécdotas, de risas, de ídolos e inspiraciones. Me río, a veces. Hago pequeños esfuerzos para sacarte una sonrisa, quizá algo más, a veces inconscientemente, a veces de forma demasiado premeditada. Me hablas mirando al vacío, al suelo, gesticulando cada verso de tu boca, como si no fuera tan banal como lo que a cualquier otro podría haberle pasado. Me hablas mirándome a los ojos, fijamente, con esos ojos tan absurdamente redondos, casi esféricos, entornados por tus pestañas que baten al son de lo que intentas explicarme. Y sin embargo, yo no estoy ahí. Estoy hablando, pero no estoy ahí. Mi voluntad no desearía otra cosa que ser agua y derramarme a través de tus pupilas hacia la enorme y oscura incógnita que tú supones para mí. Fluir por tu interior, ramificarme, llegar a todos los lugares a los cuales jamás tendré la suerte, el privilegio, de llegar. Construir por fin el árbol, el puzzle, la estampa brillante y pálida de ti. Te miro y veo algo más de lo que soy capaz de alcanzar.
Es gracioso cómo me haces reaccionar. Me tornas estúpido, curiosamente. En los primeros segundos que el reloj deja escapar cuando me saludas, veo cómo mi mente se vuelve idiota, blanca como tú, como un pequeño destello de olvido que cesa rápido, por suerte para mi burda imagen. Un desagradable trapo tembloroso por un instante. Y todo porque desearía derramarme en tus ojos e invadir cualquier atisbo de misterio, asesinarlo de forma suave y silenciosa con mi mirada, acabar con cualquier rastro de distancia. Sólo así puedo convertir mi forma de verte; sólo así serás para mí un igual.
Y luego está tu coraza. Lo que tú pareces ser, sin conseguir engañarme nunca. Alguien se dedicó a construir tu cuerpo como una figura deliciosamente discreta, como uno de esos fugaces momentos de felicidad que a veces no apreciamos: breve, velado, de una belleza callada. Tu belleza es callada, tus pequeñas muecas y tus palabras son un velo de gasa para cubrir esas bellezas fugaces en tus miradas de ojos fijos, penetrantes, en tus medias sonrisas. Te hicieron hermosa, pero disimulando, como si quisieran decirle al mundo que no existe disfrute sin algo de búsqueda. Si paseas entre la muchedumbre pasas fácilmente desapercibida a un rápido vistazo, pero tienes ese don tan curioso de dejar un poso insomne en aquél que te ve de no fijarse expresamente en ti, pero aun así saber que eres algo especial, con luz propia. Todo lo maravilloso que eres está contenido en tus caderas, contenido en tu pelo irremediablemente independiente, contenido en esos ojos que son la puerta a un mundo imposible, contenido bajo esa piel translúcida, retenido bajo todas esas pecas como llaves y clavijas. Un complejo mecanismo, un juego de luces, un truco de magia increíblemente sutil, mostrando una persona en realidad lejana, interesante en la distancia, deseable pero escondida. Con el tiempo has ido soltando, has ido acortando el relieve de tus muros, lo sé, pero me rebelo sin saber por qué, incapaz sin embargo de hacer nada mejor. Y te veo ser y a la vez no ser mientras me hablas y los demás se apartan y nos dejan espacio para que hablemos tranquilos, con una suerte de respeto o de intuición de que algo ocurre entre tus ojos y yo.
Transcurre el tiempo mientras te observo mover los labios como en una película muda. Te observo. Muy atentamente. No quiero dejar escapar esos pequeños y sublimes instantes en los que apareces a mis ojos como una pequeña criatura de la vida cotidiana, exenta momentáneamente de misticismos. Te retocas distraídamente el maquillaje, innecesariamente, como un tic. Sonrío profundamente al verte tan torpe, insegura, como si nos hubieran fabricado en el mismo horno. Es una pequeña y cruel ternura la mía, al ver tus debilidades. Trato de imaginar tu vida mirándote desde lejos, como quien mira desde lo alto de una noria -de esas pocas que acaban arrancando, omitiendo tradiciones, en virtud de mejores máquinas de feria. Y todas y cada una de las veces que lo intento, fracaso. No soy capaz de imaginarte. Y me frustra. Vuelvo a buscarte disimuladamente, tus ojos como lunas llenas, tu boca dispuesta a dejar caer siempre más frases que eviten el silencio. Y vuelvo a imaginarme que me cuelo en tus pupilas como un niño en una sala de cine.
Sólo hablo para poder mirarte. No me importa contar historias sin interés: mis objetivos son claramente egoístas. Y en el fondo, todos lo saben. Tú lo sabes. Lo veo en cada instante en el que buceo en ti, lo intuyes. Pero no me importa ya eso; en realidad nada importa salvo esa ensoñación irrealizable. Ahora que cae la noche sé que debo irme, que debo marchar con normalidad, como si en realidad no hubiera ocurrido nada extraordinario. Pero me cuesta soltarte, me cuesta no atarte con todos tus misterios a mis manos aún verdes, estas manos que desearían ser tus manos, para compartir contigo una jarra de estupideces más. En el fondo, para intentar darte este montón de nudos que, aunque ni yo sea capaz de entender, te pertenecen, y así hagas con ellos lo que quieras. No importa.
Te despides, con un beso que liberas a la nada, con una mirada y una pequeña sonrisa sin importancia, una brisa que mueve el velo bajo el que existes. Muy femenina. Y yo, estúpido como siempre, quiero agarrarame a su vuelo y seguir tu pista para, por fin, derramarme a través de tus pupilas y descubrirte.

sábado, 25 de febrero de 2012

Poetas

Un poeta es, en realidad, un niño triste, y la inspiración que desata su alma es simplemente una visión fugaz del mundo desde los ojos de un niño, visión empañada por la melancolía de haber dejado de serlo.
La belleza sublime del mundo nos trae esa tristeza de lágrima dulce porque en el fondo sabemos que hemos abandonado la capacidad de percibirla. Pero el mundo está ahí, y es nuevo cada día, y somos libres de ser el niño ahogado en en adulto que ve un mundo con más luz, con más color.

El niño no ha muerto, poeta, y por eso desde tu garganta llora y murmura estos versos, que tú escribes.

viernes, 15 de enero de 2010

Álbum de recuerdos (Rapsodia)

Creo que todo debió comenzar cuando se separaron mis padres. O quizá no. La adolescencia es inconmensurable en su capacidad de cambio. Al fin y al cabo es la época en la que nos consolidamos como personas definitivas en el mundo. Buscamos sitio en el que viajar el resto del trayecto en este tren de la vida. Ahora busco en qué vagón debí perderme a mí mismo.
Se puede ser mil personas diferentes en una sola vida. Somos dados al cambio, por supuesto. Pero yo... Yo no recuerdo quién fui. Ahora soy, sin ser. Porque no recuerdo haber sido. Tantas y tantas veces me coloco frente al espejo y miro esa cara, esa cara estupefacta de encontrarse ahí, tan exacta como en la realidad que crees que es la definitiva e inamovible. Tan yo. Pero la veo mirarme, veo sus gestos, y en el fondo de esos ojos de cristal veo que ese no soy yo. Siempre fui el feo, el gordito, el friki, el marginado, el empollón, un pequeño enano charlatán sonriente con melena. Y ahora ese casi hombre de 17 años se planta ahí queriendo hacerme creer que ese soy yo... Más alto, más guapo, más delgado, abierto, simpático, tranquilo, loco, bromista, algo imbécil, incluso bastante imbécil. Parece que tiene bastante éxito, socialmente al menos. Se me hace realmente un desconocido.
A veces vivo frío. Helado. Entumecido y abotargado por la costumbre y el estrés de estar viviendo. Olvido disfrutar de todos los presentes posibles, de que el tiempo es oro y yo soy mendigo, de conectar con mi vida actual... Me siento bastante incapaz de no ser automático. He perdido la vergüenza en parte debido a que no estoy conectado al presente. Está pasando, Dan, está pasando. Y últimamente pienso que probablemente sea porque falta una pieza, mi pasado.
No tengo casi recuerdos de antes de que mis padres se separaran. Y los que tengo, son borrosos, como si fueran los recuerdos de otro, el sabor de un cuento para niños en el que sólo soy el espectador. No dudé en tirar todos mis juguetes. Me estorbaban. Nunca he vuelto a recordarlos, ni a dedicarles siquiera un pensamiento. El día en el que los tiré no dejó ninguna huella en mi memoria. Igual que los días en los que mis padres se separaron. No recuerdo el día que mi padre se fue de casa. Tampoco recuerdo esos días en los que los tres estábamos juntos. Cuando veo mi antiguo colegio, el restaurante donde íbamos los tres a cenar, las fotos de los viajes juntos..., recreo la sensación de ver la película sobre la vida de alguien que me suena de algo. Incluso me siento incapaz de sentir verdadero cariño, muchas veces. Antes, era un hijo, un chavalín de una familia de tres. Ahora soy algo cercano a una persona, más mayor, más independiente, estudiante de piano, aprendiz de la vida en general. Mi padre vive a treinta kilómetros de mí y hace tiempo que dejó de ser aquel que ponía orden y se enfadaba conmigo para ser mi mejor amigo, alguien inverosímil y desconocido cuando vivíamos los tres juntos. Mi madre se ha abandonado al tiempo lento, su cauce da vueltas por su propia vida, y ahora es mi compañera de piso. Los dos me dan cariño, me quieren, harían lo que fuera por mí, pero ya nada es igual. Vivo todavía en una casa donde conviví con ellos dos, pero ahora es otra, desordenada, fría, vacía, lejana... Incluso a día de hoy echo de menos a mi gato y hace ocho años que no le veo. Pocos recuerdos sobreviven al exterminio de mi pasado, ese del niño defectuoso, aquél incapaz de amarse a sí mismo.
Me resulta increíble cuánto tengo bloqueado en mi cabeza, cuánto no recuerdo, pero que ahora soy consciente de que está ahí. He sido tan pequeño... Y ahora las palabras suelen ser vanas ante esos recuerdos, y resbalan como aceite sobre plástico. Me encuentro cansado, feliz de existir, y triste por no haber existido. Como si hubiera nacido hace dos años.
Tantas cosas... El viaje de esquí, el descubrimiento del Guerrero Pacífico, el piano, internet... me han llevado por los insondables caminos que me llevan aquí. Recuerdo cuán vergonzoso he sido, la vergüenza que me daba hablar con las chicas y lo enamorado que estuve de una durante demasiado tiempo de mi vida. Recuerdo mis primeras amistades profundas por msn, mi primera red de amigos en torno a las videoconsolas, cómo era en esos momentos. Y recuerdo ese viaje que nunca podré olvidar porque en él conocí a personas, tuve por primera vez amigas, perdí la vergüenza, ligué (para mi incredulidad más absoluta, por supuesto) y avancé socialmente de golpe en 5 días. Recuerdo lo enamoradizo que me volví de pronto, debido a mi inexperiencia, y lo mal que lo pasé por lo que ahora veo que son estupideces. Mi vida ha empezado en esos puntos, donde antes no había nada que pueda recordar. Y cuando mi familia se rompió, la tormenta de arena cubrió el resto, en silencio, mientras yo no sentía nada...
Un día devolveré del olvido mi vida pasada, pues la necesito para ser una persona completa, para saber quién soy y quién quiero llegar a ser. Ese niño feúcho y amigable, sincero e inocente sigue vagando por ahí dentro, y se deja manifestar de vez en cuando. Pero está encerrado en una cámara, perdido en la lente como un telescopio cuyo objetivo perdió la estrella que andaba mirando y da vueltas perdido buscándola entre miles de otras que la rodeaban.
Quizá todas estas palabras tan largas sean tan sólo otros recuerdos de otoños largos y pianos tristes sobre esta mesa de lágrimas nunca derramadas. Quizá sean algo menos consistente que un suspiro o un estado de ánimo. Pero son yo. Y hace tiempo que ese yo perdido no me deja sentir.
Quiero ser...

"El tiempo, a veces amigo del hombre, todo lo deja atrás..."

domingo, 27 de diciembre de 2009

Viaje a un viaje

Se vuelve de un viaje para llegar a otro.
Pregúntenle si no a la Luna.
Tan decidida como va, a dar otra vuelta.
Sin deshacerse en llantos o sonrisas o giros nuevos.

Activa ambigüedad blanquecina.

Me introduzco náufrago de
Mi propio malestar.
Y mi idea única es seguir
Buceando en estas aguas,
Arrecifes de un estado de ánimo
Crecidos como corales en racimos poco deseables.

Bajo una superficie de ir a más, de personas que crecen.
Sumergido en regresiones a la más irracional inmadurez.

Caen los títeres de los presentes que no son,
Y los miro desesperado,
Porque los hilos que controlan ese barco
Que naufraga marcha atrás
No están en mi poder.

Está claro que el timón fue abandonado a mí.

A mí, el enclenque entretenido
Con una hoja de otoño,
O un atardecer,
O un retozar feliz en la nada de nieve.

El tiempo divaga cautelosamente,
Invicto en coser mi impaciencia
Por hacerlo correr, insecto maldito.
Aunque el tiempo todo lo cure...

Que así sea.

Se vuelve de un viaje para llegar a otro.
Pregúntenle si no al Sol.
Él quizá no se mueva, pero
Iluminó a la Luna. Lo vio todo sobre viajes. Sobre los regresos.

Cómplice. Sabe tanto como yo ignoro.
Debería preguntarle...

jueves, 19 de noviembre de 2009

Reencuentro del despertar


Quizá sea sólo un leve contorno de penumbras,
Pero es.
Y cuando amanece está ahí todavía,
Esperando a no sé muy bien qué, qué santo o astro nuevo.

Quizá sólo me espera a mí, a que abra los ojos.
Pero eso es suficiente.
Supongo que está aguardando a mi vuelta
Del mundo paralelo en el que acomodo mi esterilla.

A veces me trae una hoja de otoño,
A veces es un recuerdo irisado,
A veces es vapor evanescente,
A veces ni siquiera es ilusión de mis legañas.
Pero suele dejarse caer. Quizá sea sólo por cortesía.

Y ya sé que no soy nadie, ni sé nada;
No sé del dinero, de su jugo pobre y su risa de fondo;
No sé de satélites, de giros, de juegos de palabras;
No sé de deportes, de exactitudes, de felices vacaciones;
No sé de familias o equipos, de mentiras,
De escaramuzas y refriegas entre gotas o entre armas o entre bufandas en el ropero.

Pero, quién lo diría, sigue ahí.
Y espera corta y arenosa la venida del alba
Para saludarme cuando despierto, armoniosa y serena.
Cuando nada existe y mi memoria torpe y espesa se aparta las sábanas.

Me espera esa nube de rocío que es mi vida,
La que colgué en el perchero ayer y me volveré a poner hoy
Para el resto del día.

Dän~